La conquista y la colonización.

Cristóbal Colón

Cuentan las crónicas que Cristóbal Colón llegó a Cuba el 28 de octubre de 1492, en el transcurso de su primer viaje a las Américas. Aunque dicha fecha se presta a confusiones debido a que en ese tiempo estaba en vigor el calendario juliano (el gregoriano no empezó a utilizarse hasta 1582). Dijo Colón de Cuba que era la tierra más bella de la tierra, aunque por otra parte no se dejó impresionar demasiado por sus habitantes. En su diario de navegación escribió sobre ellos:

"los indios comerciaron de buena gana con todo lo que tenían, pero me parecieron un pueblo al que le falta de todo..."

Colón recorrió la costa meridional de Cuba en la creencia de que se trataba de extremo oriente. Entre 1508 y 1509 Sebastián de Ocampo circunnavega Cuba por primera vez, con lo que queda demostrada su naturaleza insular (aparece ya en el año 1500 en el mapa de Juan de la Cosa como isla).

La isla quedó por un tiempo en el olvido hasta que empezó a correrse la voz de que existían yacimientos de oro en sus montañas. Fue por ello que el rey Fernando mostró interés expresó su deseo de aclarar el asunto. Dos personajes provinentes de La Española (actual Haití) se encargaron con sumo interés de cumplir con los deseos del rey, aunque por distintos motivos. Uno de ellos fue Diego Colón, recién nombrado Gobernador de las Indias, deseoso de obtener los favores del rey y seguir los pasos de su padre, el Gran Almirante. El segundo, Diego Velázquez, era un hombre acaudalado (se dice que era el hombre más rico de La Española) que emprendió esta empresa con afán de gloria y riquezas, es decir, un aventurero. Él fue el que combatió contra el jefe taino Hatuey, que terminó acorralando en las estribaciones de la parte oriental de la isla para posteriormente apresarlo y mandarlo ejecutar.

Por orden de Diego Colón, Diego Velázquez emprende en 1511 la conquista de Cuba. Desembarcó en un lugar que llamó Puerto de las Palmas, situado en algún lugar entre Guantánamo y Maisí.  En 1512 Velázquez fundó la ciudad de Baracoa, en 1513 Bayamo, y en 1514 Trinidad, Sancti-Spíritus, Santa María del Puerto príncipe (actual Camagüey), Santiago y San Cristóbal de La Habana (que curiosamente en su origen se ubicó en la costa sur de Cuba). Son las famosas siete villas, los primeros asentamientos permanentes de los conquistadores españoles en suelo cubano. Curiosamente, solo Baracoa conserva su ubicación original, pues todas las otras fueron trasladadas por diversos motivos.

 La sede del gobierno radicó en Santiago, desde 1515 la capital, donde Velázquez  tuvo su casa, un imponente edificio en cuya planta baja tenía su oficina y en el piso superior su residencia. La casa se conserva actualmente, y se trata de la edificación más antigua que se conserva (fue edificada entre 1516 y 1530, y actualmente alberga el Museo del Arte Colonial). Como dato curioso, desde Cuba salieron expediciones de conquista cuyos objetivos se ubicaban en el continente (la de Hernan Cortés partió de Cuba en 1518. Cada una de las villas tenia un cabildo, y en 1518 se fundó en Baracoa el primer obispado cubano, dependiente de Santo Domingo.

Los abusos hacia la población local no se hicieron esperar, amparándose en una bula del papa Alejandro VI, promulgada en 1493, que concedía a los conquistadores el derecho de someter a los indios para adoctrinarlos. Los españoles robaron, cometieron todo tipo de atrocidades y sometieron a los supervivientes a esclavitud. Bajo el gobierno de Diego Velázquez se emprendió la tarea de organizar a los indios, convertidos en esclavos, en una fuerza de trabajo destinada en primer lugar a extraer el oro. Muchos de ellos prefirieron suicidarse antes que aceptar tan cruel situación. Las unidades de explotación particulares eran las encomiendas, las haciendas de los hombres poderosos. Dicha situación se prolongó hasta diezmar la población, situación que fue condenada por Bartolomé de Las Casas en sus escritos.

La Habana, llave del Nuevo Mundo.

El Castillo de la Real Fuerza, en La Habana.

El rápido agotamiento de los yacimientos auríferos relegó durante un tiempo a Cuba a un segundo plano, y los colonizadores se dedicaron a la ganadería extensiva y, a finales del siglo XVI, aparecen los primeros ingenios azucareros. Pero si bien la riqueza intrínseca de la isla se reveló mediocre, conservó en cambio una posición estratégica de primer orden como llave del nuevo mundo, una base desde la que se procedía al saqueo sistemático de todos los territorios del nuevo mundo. 

Por aquellos tiempos los corsarios empezaban a proliferar extraordinariamente por la zona, principalmente los de nacionalidad inglesa.  Las tierras pantanosas y salvajes de la Florida y las numerosas islas les daban refugio y acabaron convirtiéndose en un problema grave para la corona española. En la segunda mitad del siglo XVI se instauró el sistema de flotas, que consistía en agrupar los buques en grupos numerosos que navegaban a través de un sistema de plazas fuertes, relativamente cercanas unas de otras para hacer las etapas lo más breves y seguras posible. A este fin se mandó construir las fortificaciones de La Habana (castillo de la Real Fuerza, de La Punta, el Morro y la Zanja Real.

La Habana se convirtió en el punto clave de este sistema de transportes hacia la metrópolis, y desde 1607 desplazó a Santiago como capital oficial de Cuba. A ella confluían flotas llegadas de lugares como Cartagena, San Juan de Puerto Rico o Ciudad de Panamá, con valiosos cargamentos, que allí se organizaban y agrupaban para el largo viaje a España. Se construyó el primer astillero de América Latina, que construía buques de guerra y mercantes, mientras que una fundidora proporcionaba las piezas de artillería. También en este tiempo se fortificó Santiago de Cuba como plaza secundaria. El resto de villas seguían siendo poco más que aldeas, que medraban gracias a los trabajos de la tierra y el contrabando principalmente.

Todo este comercio propició la aparición de una clase burguesa, que edificaron los magníficos edificios antiguos que todavía hoy podemos contemplar en La Habana Vieja. Esta clase acomodada trajo consigo sus costumbres y modos de vida, a los que se aferraban obstinadamente y que reproducían los de la metrópolis. La arquitectura colonial reproducía asimismo las construcciones españolas de modo que no había mucha diferencia, arquitectónicamente hablando, con los conjuntos arquitectónicos que se pudieran ver en lugares como Burgos o Valladolid.

El problema de los corsarios seguía presente durante el s. XVII, y el caudal de riqueza y comercio los atraía. Muchas veces, estos corsarios intervenían en los enfrentamientos entre España y otras naciones europeas que empezaban a incursionarse en el Caribe (principalmente ingleses, franceses y holandeses). De particular envergadura fue el ataque del pirata francés Jacques de Sores, que en 1555 saqueó La Habana, y la del famoso Henry Morgan, que en 1662 saqueó Santiago. En el s. XVIII continúan las luchas contra los corsarios. En 1762, cae La Habana ante una impresionante fuerza de invasión británica. El gobernador Luis de Velazco se ve obligado a dejar entrar a los británicos, que durante casi un año de ocupación fomentan el comercio internacional y, sobre todo, el tráfico de esclavos, lo cual posibilita una gran expansión del sistema de plantaciones. La Habana regresó al dominio español en 1763, cuando, en el tratado de París, Gran Bretaña accedió a devolverla a cambio de que España les entregara Florida.

El desarrollo económico de la colonia.

Asalto de los ingleses a La Habana.

La explotación de los recursos naturales se inicia con la autorización por parte de la corona de la introducción masiva de esclavos de raza negra, procedentes de África Occidental. En un principio dicha explotación se llevaba a cabo en base a pequeñas propiedades dedicadas principalmente al cultivo del tabaco (el hábito de fumar, propio de algunas culturas indígenas, como los tainos cubanos, fue una de las primeras importaciones culturales de los europeos tras el descubrimiento) y las plantas productoras de tintes. La introducción de la caña de azúcar, que adquirió un gran auge entre 1570 y 1590, ligada a la importación masiva de mano de obra esclava, posibilitó la aparición de grandes plantaciones que terminarían por convertirse en el factor clave de la economía del país.

A pesar de los esfuerzos de España por monopolizar el comercio y tasar los precios de los productos fundamentales (lo que dio en llamarse el pacto colonial), el contrabando con los piratas ingleses, franceses y holandeses y entre colonias fue constante durante los siglos XVII y XVIII. En 1740 se crea la Compañía de La Habana, con el objeto de estimular la producción agrícola. Tras la ocupación británica de La Habana (1763), bajo la corte de Carlos III se emprendió un notable esfuerzo destinado a fortalecer el desarrollo económico de Cuba. Se hicieron importantes obras de fortificación en La Habana, que terminaron de reafirmarla como principal puerto comercial de las Américas, y en 1765 se autorizó el libre comercio entre Cuba y los principales puertos españoles. Durante las décadas de 1760-1770 se dobló el número de ingenios azucareros, al tiempo que se introducía el cultivo del café. Estas medidas dieron sus frutos y de los 612.000 pesos en exportaciones obtenidos en el año 1760 se pasó a 11.000.000 en 1790. Este éxito acabó de rematarse cuando se produjo, entre 1791 y 1795, la revuelta de esclavos en Haití, suceso que arruinó la producción de las plantaciones francesas con el consecuente aumento de la demanda de productos cubanos y el alza en los precios de los mismos. Esta prosperidad económica se vió acompañada de un notable crecimiento demográfico, ya que la población pasó de los 272.000 habitantes de 1775 a 550.000 en 1915.

Esta situación favoreció la formación de una oligarquía de terratenientes que controlaba de manera más o menos efectiva el comercio exterior, situación que vino a reforzarse cuando la crisis provocada por las guerras napoleónicas supuso la ruina para numerosos pequeños y medianos propietarios. Este aparente auge económico no vino acompañado de las consiguientes mejoras sociales, ya que la riqueza permanecía en manos de una minoría y la mayoría de la población vivía inmersa en la pobreza y acuciada por grandes tasas de desempleo. Además, los sucesos de Haití despertaron el temor de los terratenientes, que desde entonces trataron a sus esclavos con más dureza, llegando a exigir al gobernador medidas ejemplares para castigar las revueltas de esclavos que se produjeron en 1795 y 1812..

 Esta situación de prosperidad económica, unida al temor a una insurrección por parte de los esclavos, motivó que las clases dirigentes se desentendieran por completo de las tentativas independentistas, prefiriendo actuar en adhesión con el gobierno español, sobre todo desde que Fernando VII les concedió la libertad de comercio y les aseguró el tráfico de esclavos. En 1843 estalló una revuelta generalizada de esclavos, lo cual vino propiciado por el enorme volumen que el tráfico adquirió en la década de 1830. Este suceso puso nuevamente en guardia a los terratenientes, y motivó que algunos de ellos propugnaran el anexionismo a EE.UU, medida que les hubiera proporcionado ventajas económicas así como una mayor seguridad frente a posibles nuevas insurrecciones. Esta corriente dio origen a algunas tentativas de invasión, que acabaron en fracaso, de manera que la corriente anexionista vio su fin hacia 1857, fecha en la que de nuevo se propugnaba mayoritariamente, por parte de los terratenientes, un entendimiento con el gobierno español, del que se esperaba la concesión de una cierta autonomía administrativa (reformismo). La presencia en este período de gobernadores como Serrano y Dulce, favoreció el auge del reformismo, que desembocó en la creación de la Junta de Información. Se presentaron al gobierno español una serie de peticiones, aconsejando la abolición de la esclavitud, el establecimiento de asambleas locales autónomas y diversas reformas fiscales, y además la libertad total de comercio con EE.UU. La respuesta altanera del gobierno español provocó la primera gran revuelta independentista, encabezada por Carlos Manuel de Céspedes (1689)